La tierra tembló. Los gritos infantiles hacían más ardua, si cabe, la escena. Aquellos niños nunca verían la Luz. Los adultos que les habían engendrado la llevaban en el ánima, aunque pronta a desaparecer. Nada sería lo mismo tras el suceso que había ordenado quién sabe quién. ¿Sería algún tipo de divinidad? Nunca habían glorificado nada más que lo cotidiano; el cigarro mañanero, las risas con los colegas, las victorias de su equipo de fútbol.
La Oscuridad de la evolución acechaba, y la falta de iluminación era cada vez más notable. Los ojos de nuestros queridos desgraciados no verían de nuevo la mañana luminosa que aguardaba tras la negrura, honda e infértil, que estaba tomando sus vidas.
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