dimarts, 22 de maig del 2018

Negro, hondo e infértil

La Oscuridad acechaba. La falta de iluminación pronto se haría patente en las ánimas de aquellos desgraciados, para toda la vida, para toda la muerte. Retrocedían, lívidos, ante el suceso que habría de ocurrir, inevitable, como toda caída precipitada hacia el vacío. Asustados y (lo que era peor) presos de su condición de reos condenados al martirio, dejaban reflejar en sus ojos la desgracia de la que eran presos. Sus gestos congelados sólo daban ocasión al tímido terror, a la batalla perdida que había formado la lucha cotidiana de sus vidas, vidas que nunca recuperarían.

La tierra tembló. Los gritos infantiles hacían más ardua, si cabe, la escena. Aquellos niños nunca verían la Luz. Los adultos que les habían engendrado la llevaban en el ánima, aunque pronta a desaparecer. Nada sería lo mismo tras el suceso que había ordenado quién sabe quién. ¿Sería algún tipo de divinidad? Nunca habían glorificado nada más que lo cotidiano; el cigarro mañanero, las risas con los colegas, las victorias de su equipo de fútbol. 

La Oscuridad de la evolución acechaba, y la falta de iluminación era cada vez más notable. Los ojos de nuestros queridos desgraciados no verían de nuevo la mañana luminosa que aguardaba tras la negrura, honda e infértil, que estaba tomando sus vidas.

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