dimarts, 22 de maig del 2018
M.Ox, 2016
Atizaba el sol sobre las techumbres cochambrosas de aquella pobre aldea. Descoloridas por el paso del tiempo, eran testigos en silencio de las vidas de sus gentes humildes, adustas y serenas. Abrasaba la tierra muerta, seca e infértil, cómplice de los pasos de los desgraciados oriundos. Desgraciaba los pocos pastos que quedaban aquel verano. Como un látigo, propinaba golpes desestabilizadores a aquellos que se atrevían a desafiar su imperio. El sudor brotaba en las frentes como el agua pura y cristalina aparece en un manantial. Con una mano se desquitaban de él, para que volviera a aparecer de un momento a otro. El gran astro dominaba el cielo, orgulloso y expectante, se situaba en su privilegiada posición y ejercía su monopolio. ¿Qué sería de las gentes sin él? Una mañana no apareció. La oscuridad se cernió sobre la aldea, que comprobó cómo la ausencia de su gran tirano propiciaba su muerte.
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