dilluns, 12 de novembre del 2018

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Te miras al espejo. Bajas la mirada. Estás en bolas, desnudo, y tu identidad ahora se difumina. ¿Quién eres? ¿Ese personaje que tienes frente a ti es lo que ven los demás? ¿De verdad das una imagen tan lamentable?
Pruebas a vestirte. Igual así mejora la cosa. Pero no. Empeora. Algo habrá que hacer. Pero- ¿de verdad es tan importante la imagen? No, la imagen es la fachada del personaje. Y el personaje es la fachada del alma. Representas constantemente un papel, asusta revelar la persona de uno al público general, exponer el desnudo del carácter al mundo, a los otros, al desconocido más conocido.
Delante del espejo el personaje ha desaparecido. O quizá nunca existió. Más que en la ficción. En la ficción que es el escenario donde transcurren las vidas de tantos, convergiendo, entremezclándose. El gran teatro del mundo, donde no hay ensayo que valga. El presente. Rápido.
Te vuelves a mirar, te preguntas quién coño eres. Y quién es el personaje. Dónde terminas tú y dónde empieza el personaje. Tu imagen se difumina, el papel que representas también lo hace y te quedas solo, a solas contigo mismo. Sin reflejo que valga, sin imagen, sin papel, y alejado de la obra de teatro que sigue representándose fuera de tu cuarto de baño.

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